La primera vez que escuché hablar de chapa y pintura coche en Rianxo fue en un taller al borde del puerto, donde el olor a disolvente competía con la brisa marina. Allí descubrí que esa combinación de retoques de carrocería y color impecable no solo devuelve la dignidad a un automóvil maltrecho, sino que también hace volar la imaginación de quien sucumbe al encanto de un capó sin arañazos. Al adentrarnos en este fascinante mundo, nos cruzamos con profesionales que más que mecánicos parecen artistas, capaces de esculpir metal con la paciencia de un orfebre y matizar cada capa de pintura como un pintor renacentista.
El proceso de rehabilitación de un vehículo es muy parecido a un proceso de transformación personal: primero se diagnostica el daño, se identifica la zona que ha perdido su esplendor y se comienza a trabajar con mimo. Empezamos quitando abolladuras como si fueran cicatrices del paso del tiempo y luego procedemos a preparar la superficie. Ahí entra en juego la magia del lijado, que elimina mellas y asperezas, dejando la chapa lista para recibir la pasta de relleno. Es, sin duda, la parte más delicada. Un exceso de producto puede provocar desniveles, un defecto puede dejar al descubierto el acero y, peor aún, abrir la puerta a la temida oxidación. Por eso, los expertos emplean tal paciencia que uno creería estar observando a un niño construyendo castillos de arena, pero con la precisión de un relojero.
Una vez la carrocería luce uniforme, llega el instante de la pintura, el momento en el que el coche recupera su identidad. La elección del color original es solo el punto de partida: tras un análisis minucioso del código de color –ese enigmático número escondido junto al motor–, se mezclan pigmentos y disolventes hasta dar con la tonalidad exacta. Aquí se aprecia la ciencia y la alquimia entre técnicos que podrían recitar de memoria la mezcla de cada modelo. Luego, con pistolas de aire comprimido, proyectan la pintura en finas capas, dejando que cada una seque antes de aplicar la siguiente. Al final, el resultado es tan uniforme que es posible perderse en el reflejo de la carrocería, como si mirásemos un espejo pulido.
Sin embargo, la labor no termina ahí. Al igual que un buen chef no se conforma con servir la pasta recién cocida, el taller de chapa y pintura perfecciona cada detalle con un pulido final. Emplean discos giratorios con compuestos especiales que eliminan cualquier imperfección microscópica y revelan un acabado brillante, casi hipnótico. Esta fase es la que dicta el carácter definitivo: un pulido suave permite que el coche repela el polvo durante más tiempo, mientras que uno agresivo logra un brillo excepcional, aunque exige mayor mantenimiento. Es un compromiso entre estética y funcionalidad, un trueque donde el dueño del automóvil evalúa cuánto tiempo está dispuesto a dedicar al cuidado de su vehículo.
Pero más allá de la técnica, lo que realmente convierte esta tarea en toda una experiencia es la satisfacción de contemplar el antes y después. Las abolladuras que parecían heridas irreparables desaparecen, las manchas de óxido retroceden y la pintura vuelve a lucir como el primer día. Se podría pensar que un coche viejo nunca recobrará su esplendor, pero un buen taller lo prueba cada día con vehículos que llegan destrozados y salen renacidos. No es solo un servicio de reparación; es un acto de rescate sentimental para quienes atesoran cada kilómetro recorrido.
El humor no se queda fuera de este proceso. Los mecánicos suelen bromear diciendo que devuelven la juventud a los coches, equiparando a los automóviles con celebridades que pasan por el quirófano para rejuvenecer. Algunas chapuzas caseras, como tapar abolladuras con cinta adhesiva o camuflar arañazos con rotuladores, generan carcajadas en los profesionales. Más de uno ha visto ese intento y se ha echado a temblar pensando en el trabajo adicional que supone eliminar restos de pegamento. Ahí es cuando cobran valor las manos expertas, capaces de reparar ese desastre sin dejar rastro de mala praxis.
Al final, nadie sale indiferente de un taller donde la chapa y la pintura se ejecutan con pasión. Ver cómo un coche maltrecho resurge, reluciente y con sus líneas restauradas, provoca una sensación de frescura y orgullo difícil de describir. Es un recordatorio de que, a veces, basta un poco de cuidado especializado para devolver la vida a lo que creíamos perdido, sin necesidad de cambiar de vehículo. La próxima vez que sufras un rasguño o una abolladura, recuerda que hay profesionales dispuestos a obrar el milagro, trabajando con exactitud, sentido del humor y el entusiasmo de quien sabe que cada coche es una pequeña obra de arte sobre ruedas.