El despertar del guardián de la ría: Vuelven las Islas Cíes

Navieras

Durante los meses de invierno, cuando las borrascas del Atlántico golpean la costa gallega, suelo mirar hacia el horizonte desde Vigo y verlas allí: las Islas Cíes, impasibles, grises y lejanas. Parecen dormir un sueño profundo, protegidas por el oleaje y la niebla. Pero en cuanto salen los primeros rayos de sol de la primavera, algo cambia en el aire. Se anuncia la reapertura de la temporada regular y, para los que amamos este lugar, empieza una pequeña carrera contra el tiempo.

La apertura islas cíes no es solo que empiecen a salir los barcos de línea regular en Semana Santa o verano; es el pistoletazo de salida para conseguir el preciado tesoro: la autorización de la Xunta. Recuerdo la primera vez que intenté ir sin planificar; aprendí a las malas que entrar en este Parque Nacional ya no es una decisión espontánea, sino un ritual de anticipación.

El día que se abre el calendario de reservas siento una mezcla de ansiedad y emoción. Sé que tengo que entrar en la web oficial, seleccionar mis fechas y conseguir ese código QR que actúa como llave maestra. Es fascinante cómo un lugar tan salvaje depende ahora de algo tan digital, pero entiendo que es el precio a pagar para que sigan siendo salvajes. El cupo de visitantes diarios es limitado, y ver cómo los días de agosto se tiñen de rojo en el calendario me recuerda lo privilegiados que somos al poder pisar esa arena.

El viaje en barco siempre es una transición. Dejas atrás el ruido de la ciudad y, cuarenta minutos después, desembarcas en otro mundo. La primera bocanada de aire al llegar al muelle de Rodas es distinta: huele a salitre puro, a pino y a retama.

Para mí, la apertura de las islas significa volver a subir el camino en zigzag hacia el Faro, sudando bajo el sol, para luego sentir la inmensidad del océano rompiendo contra los acantilados de la cara oeste. Significa el desafío (siempre perdido) de intentar meter los pies en el agua helada más de dos minutos y la paz absoluta de saber que allí no hay coches ni prisas. Que las Cíes vuelvan a abrir es, en definitiva, la señal de que el buen tiempo ha llegado para quedarse.

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