Buscando una lápida en Muros: Un camino personal entre recuerdos y decisiones

Marmolerías

Nunca imaginé que algún día tendría que ocuparme de algo tan delicado como buscar lápidas funerarias Muros. Pensaba que esas decisiones llegaban solas, guiadas por la familia o por el tiempo, pero cuando me tocó hacerlo, comprendí que enfrentarme a ese proceso también formaba parte del duelo. Y aunque fue difícil, recorrerlo en primera persona me ayudó más de lo que esperaba.

Recuerdo el primer día que caminé por Muros con esa idea en la cabeza. Las calles de piedra, el olor a mar y esa calma que siempre me había parecido tan acogedora adquirieron un tono distinto. Esta vez no iba a disfrutar del puerto ni a perderme por el casco antiguo: iba en busca de algo que honrara a alguien que ya no estaba.

Lo primero que hice fue acercarme a una marmolería local. Siempre pensé que estos sitios eran fríos, impersonales, pero me sorprendió encontrar un trato cercano, casi familiar. Les expliqué lo que necesitaba, pero también lo que sentía: la presión de querer acertar, el miedo a escoger algo que no representara bien a la persona que quería recordar. Ellos escucharon con paciencia, y esa simple atención ya fue un alivio.

Me mostraron diferentes modelos de lápidas, desde las más sencillas hasta otras llenas de detalles. Al principio me abrumó la variedad: colores de piedra, acabados, tipos de letras, símbolos… No sabía por dónde empezar. Pero poco a poco fui entendiendo que elegir una lápida no es solo un trámite; es una forma de traducir recuerdos en material perdurable. Y eso me ayudó a tomar decisiones, una a una.

También tuve que pensar en la instalación en el cementerio, en los plazos y en los permisos, cosas que jamás había tenido en cuenta. En Muros todo parece avanzar a su ritmo, sin prisas, y de algún modo ese ritmo me permitió respirar. Me tomé mi tiempo para decidir, para mirar cada detalle, para imaginar cómo quedaría el conjunto.

Cuando finalmente elegí la lápida y llegó el día de verla instalada, sentí una mezcla extraña de tristeza y paz. Allí, en el silencio del cementerio, entendí que ese pedazo de piedra no era solo una marca, sino un gesto: mi manera de decir “no te olvido”.

Hoy, cuando paso por Muros, vuelvo a sentir ese mismo olor a mar, pero también una serenidad diferente. Conseguir una lápida funeraria allí fue un acto doloroso, sí, pero también profundamente humano. Y de algún modo, en ese proceso, encontré un poco de consuelo.